sábado, 1 de octubre de 2016

MONOTEÍSMO. II. Diáspora.

En la entrada anterior de esta serie, dedicada al monoteísmo y su evolución en la civilización occidental, explicamos cómo la muerte del rey Josías de Judá dejó estupefactos a los sacerdotes y oficiales de palacio partidarios del culto exclusivo al dios YHWH. Para ellos era inconcebible que el ungido, el elegido por YHWH, el mesías, muriese asesinado de una forma tan vacía, tan imprevista como gratuita.
El faraón Necó II, quien había ordenado la muerte de Josías, consideraba el reino de Judá como un vasallo poco fiable; por esta razón, se llevó deportado a Egipto al hijo y heredero del rey muerto, Joacaz, quizá por no inspirarle confianza su persona, y dejó sentado en el trono de Jerusalén a Joaquín, el otro hijo de Josías, en 608 a. C.

                                                     El faraón Necó II.

La muerte de Josías y el sometimiento a Necó tuvieron como primera consecuencia que los partidarios del monoteísmo de YHWH quedaran relegados a un segundo plano y apartados de las grandes decisiones del reino. Los cultos a los dioses cananeos regresaron a Jerusalén e YHWH quedó como un dios más de un extenso panteón.
Cuando Joaquín apenas llevaba sentado en el trono tres años, la situación internacional cambió de nuevo; el rey Nabucodonosor de Babilonia se dirigió a Canaán y venció a Necó en Karkemish en 605 a. C. Entonces, Joaquín se sometió a Nabucodonosor, al igual que hicieron la mayoría de los reyes de Canaán.
Por aquel tiempo, uno de los más ardientes defensores del partido monoteísta era Jeremías, quien decía tener visiones proféticas sobre el destino del reino de Judá. Jeremías clamaba contra la infidelidad judaíta y contra la idolatría con una convicción tan fuerte que lo convirtió en uno de los líderes del grupo de sacerdotes y escribas que habían redactado el Pentateuco años antes y eran fervientes partidarios de la aplicación estricta del Deuteronomio.

                           Jeremías, según Miguel Ángel Buonarroti.

Pero las cosas se complicaron aún más en Canaán, porque las ciudades costeras que controlaban la ruta comercial que enlazaba el Mar Rojo y Egipto con el Eufrates y Anatolia formaron una coalición para sacudirse el yugo de Nabucodonosor, y una vez más, como ocurriera en tiempos de Ezequías, Judá participó en esta alianza. La respuesta de Nabucodonosor no se hizo esperar y comenzó a hostigar al reino de Judá; sin embargo, en 598 a. C. Joaquín murió y subió al trono su hijo Jeconías, cuyo reinado fue muy breve, pues tan solo duró tres meses. Nabucodonosor se había presentado ante los muros de Jerusalén y había puesto sitio a la ciudad; entonces, Jeconías se rindió en 597 a. C., y el rey babilonio ordenó que el rey de Judá junto a su familia, los funcionarios de palacio, los sacerdotes del templo y otras personas de importancia fuesen llevados cautivos a Babilonia; en total fueron deportadas unas 10.000 personas; buena parte del núcleo de monoteístas se encontraba entre ellas.

   Puerta de Ishtar, Babilonia.

Nabucodonosor se llevó todos los tesoros del templo y del palacio y sentó en el trono de Judá a Sedecías, otro hijo de Josías.
Aunque parezca increíble, Sedecías volvió a hacer lo mismo que sus antecesores; pactó con Apries, faraón de Egipto y se rebeló contra Nabucodonosor, lo que provocó que el rey babilonio pusiese cerco de nuevo a Jerusalén. Era el año 587 a. C. y la ciudad se encontraba azotada por el hambre; el rey, sus hijos y otros guerreros intentaron huir, pero fueron apresados por los babilonios y duramente castigados; acto seguido, los soldados de Nabucodonosor entraron en Jerusalén, destruyeron la ciudadela, el palacio y el templo y se llevaron cautivos a la mayor parte de los habitantes que quedaban con vida; solo dejaron a los agricultores, pastores y otras personas humildes. Un grupo numeroso de judaítas consiguió huir y pasar a Egipto, donde fueron acogidos y asentados en la isla de elefantina, cerca de la primera catarata.
Nabucodonosor no mostró una gran crueldad; no dispersó a los judaías deportados, los trató bien, sobre todo al rey Jeconías y su familia; y en general puede decirse que en los casi cincuenta años que duró el destierro, los cautivos prosperaron, algunos incluso se enriquecieron. Desde un principio, el único elemento aglutinador, el único asidero firme, el único recipiente donde conservar la tradición fue el monoteísmo de YHWH. No solo porque entre sus partidarios se encontrasen los hombres más ilustrados y cultos del destierro, sino porque era la única ideología con la energía y radicalidad suficientes para mantener unidas a miles de personas rodeadas de extraños en una tierra desconocida.
El grupo de los monoteístas fue el único capaz de organizarse en el destierro y desplegó una fuerza y una capacidad de trabajo asombrosas. La labor más importante fue terminar la redacción del Pentateuco y traducirlo al arameo, lengua internacional de la región en aquel tiempo. También se recopilaron crónicas, libros sapienciales e himnos; puede decirse que la mayor parte de lo que hoy conocemos como Antiguo Testamento se redactó definitivamente durante el destierro de Babilonia. Entre los líderes del pensamiento monoteísta destacaba Ezequiel, sacerdote de YHWH y profeta, que había sido desterrado junto al rey Jeconías. Ezequiel dejó escritas las siguientes palabras:
"Y os daré un corazón nuevo, y un espíritu renovado infundiré en vuestro interior..."
Ezequiel (36,26) 
Al principio los partidarios del culto exclusivo a YHWH se reunían en sus casas para orar y comentar los textos sagrados, pero bien pronto procuraron edificios donde practicar estas actividades y adoctrinar a los desterrados; de esta forma surgieron las primeras sinagogas. La eficacia de estos centros de reunión se mostró muy grande, pues gracias a ellos la ideología monoteísta penetró en las mentes y quedó afirmada. Uno de los grandes éxitos del adoctrinamiento fue conseguir que los desterrados no se mezclasen con el resto de la población babilónica. Esto se consiguió fácilmente consolidando unas costumbres absolutamente diferentes a las de la población local y que suponían una serie de prohibiciones incompatibles con la vida cotidiana del entorno.
Uno de los asuntos más importantes que tuvieron que resolver aquellos círculos monoteístas fue el de dar una explicación al fracaso y muerte del rey Josías, señalado en los textos como mesías. La solución fue simplemente olvidarse poco a poco del malogrado monarca y dejar el concepto del mesías en un segundo plano; es decir, el pueblo de Judá no dependía necesariamente de un mesías, para conseguir la protección y el favor de YHWH bastaba con cumplir la ley deuteronomista y respetar la alianza que supuestamente hicieron los antiguos patriarcas. La primera consecuencia de esta decisión fue la desvinculación de la casa de David con el culto a YHWH. A partir de este momento, el guía espiritual de Judá era el sumo sacerdote del templo de YHWH en Jerusalén, único templo verdadero y posible para los monoteístas. El mismo comportamiento de Jeconías y sus hijos contribuyó a que esta desvinculación se consolidase, pues poco a poco, gracias a un cercano trato con Nabucodonosor, se convirtieron en cortesanos del palacio del rey babilonio.

                             Tablas de la ley.

De lo que no cabe duda es de que la casa de David quedó apartada de la labor de los monoteístas; las relaciones de esta familia real con el palacio babilónico fueron tan excelentes que Evil-Merodac, sucesor de Nabucodonosor, liberó a Jeconías del cautiverio y le dispuso un sitial junto a él.
Un caso muy diferente fue el de la comunidad de judaítas asentados en la isla de Elefantina en el Alto Egipto. En contra de la voluntad de los monoteístas radicales, erigieron un templo a Yahú, es decir YHWH, donde también se rendía culto a la diosa Anath, reina de los cielos. Aquellos judaítas de Elefantina, aunque eran politeístas, mantuvieron durante mucho tiempo relaciones con Jerusalén, pero sufrieron el rechazo de los monoteístas, que los consideraban impuros. La colonia perduró hasta el período de dominación persa, para después ir diluyéndose entre la población egipcia.
Como hemos dicho, los círculos vinculados con la casa de David mantuvieron una estrecha relación con la corte palatina babilónica desde tiempos de Evil-Merodac; por esta causa se percataron de que el Estado babilonio había entrado en una fase de rápida descomposición. En 559 a. C., Ciro sucedía a su padre como rey de los persas. Este pueblo de lengua indoeuropea se había establecido en el Suroeste de la meseta del Irán poco tiempo antes. En 550 a. C., Ciro se coronó rey de los medos, otro pueblo de lengua indoeuropea, y en 539 a. C. conquistó Babilonia. Ciro era, sobre todo, un hombre inteligente, y comprendió desde un principio que la mano dura y la represión solo provocaban rebeliones; por tanto, su política se basó en el respeto de las costumbres, las leyes y los cultos de los territorios conquistados. En esta línea, una de las primeras decisiones que tomó tras la conquista de Babilonia fue permitir a los desterrados de Judá que volviesen a Canaán.

                          Estandarte del rey Ciro.

Sin embargo, esta decisión de Ciro no fue acogida con demasiado entusiasmo por los afectados. Es lógico, pues muchos de ellos habían nacido en Mesopotamia y tenían importantes intereses en aquella tierra.
Para agilizar el proceso, Ciro ordenó a lo que quedaba de la casa de David que condujese a los desterrados de vuelta a Judá y reconstruyesen el templo de YHWH. Dos príncipes de la casa de David se hicieron cargo de la tarea, Sesbasar y Zorobabel. El hecho de que solo una parte de los deportados regresasen con los príncipes de la casa de Judá, pone de relieve que muchos eran reacios a volver, y que la unidad no existía.
La reconstrucción del templo no fue un asunto fácil, sobre todo porque los habitantes del desaparecido reino de Israel, conocidos como samaritanos, no aceptaban que el único templo donde se rindiese culto a YHWH fuese el de Jerusalén; como consecuencia, se produjo una ruptura entre ambas comunidades y los samaritanos establecieron su propio santuario en el monte Garizim.

                     Monte Garizim, junto a la antigua ciudad de Siquem.


A pesar de las dificultades, el templo de Jerusalén quedó reconstruído en 515 a. C. Es evidente que en Canaán el monoteísmo radical no tenía nada más que una aceptación limitada entre la población, pues los cultos cananeos continuaban muy arraigados entre la gente del campo. La misma ciudad de Jerusalén no se encontraba en buenas condiciones; las murallas estaban en ruinas y la actividad urbana era escasa. Una parte importante de los deportados en Mesopotamia se negaron a regresar a Judá, porque tenían prosperos negocios en el destierro, o porque estaban al servicio del rey de Persia. Así, en Mesopotamia y Anatolia surgieron prósperas comunidades judaítas que mantenían un estrecho contacto con el templo de Jerusalén. En estas comunidades, desde un principio, el monopolio ideológico estuvo en manos del partido monoteísta; para mantener este control, las sinagogas fueron un instrumento fundamental. Un caso representativo de estos judaítas de la diáspora fue el de Nehemías, oficial palatino al servicio del rey persa Artajerjes I. Estando Nehemías en la corte de Susa, recibió noticias de que Jerusalén se encontraba en un estado ruinoso y que el gobierno de la provincia de Judá estaba en lamentable abandono. Nehemías informó a Artajerjes de estos hechos y el rey le nombró gobernador de Judá y le envió allí con la misión de reorganizar aquel territorio. Nehemías organizó la administración de Judá sin olvidar que él era un funcionario del rey de Persia. Tras cumplir con su labor, volvió junto al rey y regresó a Jerusalén en 433 a. C. Parece evidente que la casa de David a mediados del Siglo V a. C. había quedado apartada del gobierno de Judá y el vínculo con el templo de Jerusalén se había olvidado.
Otro personaje del destierro es Esdras, sacerdote y monoteísta convencido que en tiempos de Nehemías o en años inmediatamente posteriores organiza el regreso a Judá de un grupo de judaítas del destierro.Su sorpresa es enorme cuando al llegar a Jerusalén comprueba que la ley deuteronomista no se cumple y los cultos cananeos proliferan por doquier. Esdras, ardiente partidario del culto exclusivo a YHWH, toma la bandera de la lucha contra los cultos politeístas y del reconocimiento del templo de Jerusalén como único templo legítimo. Su estrategia, aparte del adoctrinamiento insistente, se basa en la prohibición absoluta de los matrimonios entre judaítas y otros grupos cananeos que practiquen el politeísmo o cualquier otro que no sea exclusivo a YHWH.
Esdras llevó a cabo una gigantesca labor para fortalecer el monoteísmo en Canaán y definió una doctrina y un culto que hoy conocemos como judaísmo. Aunque el paso de los siglos influyó en la religión judía, los elementos básicos quedaron fijados en tiempos de Esdras; los cambios posteriores fueron totalmente superficiales.

                                Candelabro de siete brazos.

Cuando el culto exclusivo a YHWH parecía haber arraigado con firmeza, los acontecimientos internacionales iban a introducir una serie de cambios que afectarían de lleno a Jerusalén y su templo. Alejandro de Macedonia venció a Darío III, rey de Persia en varias batallas entre 334 y 331 a. C. En menos de cinco años el rey macedonio se adueñó el inmenso Imperio Persa, Judá pasó a formar parte del Imperio Macedonio. Pero los acontecimientos parecían haber tomado una velocidad inusual; en 323 a. C. Alejandro murió y sus generales se repartieron el imperio de forma no siempre amistosa. Con Egipto y Canaán se quedó Ptolomeo, cuyos descendientes reinaron en el país del Nilo hasta tiempos de Cleopatra, última de la dinastía.
Alejandro de Macedonia fundó muchas ciudades con el nombre de Alejandría, pero la mayor de todas ellas fue Alejandría de Egipto. Situada en la desembocadura del Nilo, pronto se convirtió en el puerto más importante del Mediterráneo y la ciudad más populosa conocida. La población más numerosa de Alejandría estaba compuesta por griegos, dedicados a la manufactura, el comercio y las finanzas. Sin embargo, desde el comienzo se estableció en Alejandría una numerosa colonia judía. Como Canaán pertenecía al reino de los Ptolomeos, los judíos afluyeron a Alejandría como soldados, comerciantes, artesanos, escribas y banqueros. Alejandro había otorgado a los judíos los mismos derechos que a los griegos, y los Ptolomeos no cambiaron esta situación; gracias a esto, los asuntos de la colonia judía fueron a mejor y su número creció, convirtiendose en la segunda, tras la griega. En Judá, ahora llamada Judea, la libertad religiosa y las costumbres fueron respetadas y se gozó de una cierta autonomía.


La población de Alejandría debía sobrepasar los 600.000 habitantes; entre ellos, más de 300.000 eran personas libres. Los greco-macedonios llegaron a Egipto  como conquistadores y guerreros, se quedaron formando una minoría dominante y vivieron concentrados en Alejandría. Los griegos preservaron en todo momento su identidad lingüística y cultural, su cohesión de aristocracia colonizadora y refinada, su modo de vida tenido por superior. Los egipcios nativos siguieron atados a la tierra y a sus tradiciones ancestrales. El centro de irradiación de la cultura helena fue el gimnasio, lugar para la formación física y humanística, biblioteca y club social. El griego común de base ática se convirtió en la lengua internacional en todo el Próximo Oriente, en la lengua de la corte, de la alta sociedad, de la administración, del ejército y del gran comercio internacional.
La colonia judía de Alejandría hablaba griego en público y en privado. Muy pronto se tradujeron los textos sagrados a esta lengua; algunos, incluso, se escribieron ya directamente en griego. Los judíos alejandrinos adoptaron algunas costumbres griegas y se interesaron por la filosofía y el pensamiento heleno. La cultura helenística en Alejandría ejercía una poderosa atracción para todo aquel que entraba en contacto con ella; la ciudad brillaba de manera deslumbrante en todo Oriente. Ptolomeo I fundó el Museo, un centro de enseñanza e investigación bajo el patronazgo de la monarquía, al que pronto quedó unida la famosa Biblioteca, gigantesco depósito de obras y ediciones de todos los autores y todas las épocas, llegando a reunir hasta 500.000 rollos de papiro.
En tal ambiente, se produjo un proceso de sincretismo religioso entre las distintas creencias que confluyeron en Alejandría. Este fenómeno se dio en todo el Próximo Oriente en esta época, pero su intensidad fue mayor en la gran ciudad de Egipto. Por supuesto que los judíos no quedaron libres de esta influencia, y esto no agradó a los sacerdotes del Templo de Jerusalén, partidarios de un monoteísmo yahvista exclusivo.
La preocupación principal de los monoteísta de Jerusalén era que los judíos de la diáspora se contaminasen con ideas y creencias que procediesen del ámbito ajeno a la ley deuteronomista. Para evitar esta contaminación contaban con una serie de instrumentos que podemos resumir así:

  1. Prohibición de los matrimonios con los no judíos. Esta medida fue una de las favoritas de Esdras, cuando al llegar a Canaán desde Babilonia, observó que los matrimonios mixtos introducían cultos ajenos al de YHWH.
  2. Prohibición de ciertos alimentos que impedían la convivencia y la relación social con los practicantes de otros cultos. Algunas de estas prohibiciones eran muy antiguas, anteriores al monoteísmo judaico, pero fueron reutilizadas con gran habilidad.
  3. Prohibición de representar imágenes del único dios, YHWH. Esta prohibición se basaba en antiguas creencias mágicas, según las cuales quién posee la imagen posee el espíritu. Pero, llevada esta creencia al plano de la religión, conducía a un rechazo radical de la idolatría, practicada en aquel tiempo en todas las culturas. Hay que decir que esta prohibición no se basaba en la idea de un dios abstracto, como se ha dicho a menudo; en el Génesis hay abundantes pasajes donde YHWH posee características antropomorfas; siente compasión, ira, deseos etc.
  4. Institución de fiestas y costumbres estrictamente ligadas a una hipotética historia de un hipotético pueblo de Israel. Dichas costumbres, a veces incomprensibles para los gentiles, abrían una brecha entre estos y los judíos. Quizás la más eficaz de estas costumbres fue la de la circuncisión, que era vista por los griegos como algo abominable.
  5. Absoluta prohibición de ofrecer sacrificios en cualquier lugar que no fuese el Templo de Jerusalén.
  6. Institución de la sinagoga, lugar de adoctrinamiento y control de las comunidades de la diáspora.
  7. Creación de unos comisarios religiosos encargados de recabar información y dar instrucciones a las comunidades de la diáspora. Estos comisarios eran nombrados por el sanedrín, consejo de 71 miembros compuesto por el sumo sacerdote, el resto de los sacerdotes del Templo, los escribas y algunos hombres considerados doctos en la ley.
A pesar de los esfuerzos de los sacerdotes de Jerusalen, los judíos de la diáspora de Alejandría se sintieron atraídos por la influencia de las civilizaciones griega y egipcia.
El caso es que los griegos también quedaron deslumbrados con la milenaria cultura egipcia. Aunque se consideraban los conquistadores de Egipto, no pudieron evitar sentir una admiración creciente por la civilización egipcia. Desde el obrero del puerto de Eunostos hasta el rey, todos los griegos y macedonios de Alejandría se interesaron por las creencias y ritos egipcios. El primero que mostró interés fue el rey Ptolomeo I Sóter, antiguo general de Alejandro Magno, que obtuvo el reino de Egipto tras la muerte de éste. El rey Ptolomeo se percató de la necesidad de integrar a griegos y egipcios, para lo cual construyó en Alejandría el Serapeo, templo consagrado al dios Serapis. Este dios es un el ejemplo de sincretismo por antonomasia. Originalmente fue una fusión entre dos grandes deidades de Egipto, el buey Apis y Osiris; después, Ptolomeo lo identificó con Hades, dios griego de los muertos, pero también dios de la regeneración.

                                       Serapis.

La pareja Isis-Osiris fue el núcleo del sincretismo heleno-egipcio. En Alejandría la diosa tenía un templo en la isla de Faros y el culto a esta pareja divina fue muy popular. En general, el sincretismo religioso en Egipto y otros reinos helenísticos tuvo como vehículo a los cultos mistéricos. Estos cultos, sincréticos por definición, establecían una relación personal y directa entre el iniciado y la divinidad. Gracias a esta relación, el creyente llegaba a la comprensión del misterio que explicaba que tras la muerte continuaba la vida en un plano más elevado. Estos cultos mistéricos penetraron profundamente en las conciencias de todas las clases sociales, y se expandieron por todo el Mediterráneo a partir de finales del Siglo II a. C.
La amalgama de creencias e ideas que tuvo lugar en Alejandría fue espectacular. Las mezclas fueron diversas y se dirigieron en muchos sentidos. El resultado fue una reelaboración de las ideas y los cultos de todo el Mediterráneo. Como hemos dicho anteriormente, la comunidad judía estuvo en contacto y participó de este crisol cultural, para desesperación de los monoteístas radicales. La creciente prosperidad de la comunidad judía, que en un comienzo facilitó la integración y la apertura al sincretismo religioso, más tarde, para bien de los monoteístas, tuvo el efecto contrario. Los griegos empezaron a considerar a los judíos como unos competidores en los negocios y a sentir un rechazo hacia ellos. De esta manera, en el Siglo III aparecen los primeros escritos antisemitas de la Historia en la ciudad de Alejandría. Estos escritos tendrán después una influencia decisiva en la interpretación que harán los romanos del fenómeno del judaísmo y del pueblo judío.

                                        Isis con el niño dios Horus.


En judea la situación en los siglos IV y III a. C., bajo el dominio de los Lágidas, tenía muchas semejanzas con la época de los dominios Asirio y Babilonio. MONOTEÍSMO. I. El palacio y el templo. El territorio de Judá hacía de zona fronteriza entre dos grandes potencias; en este caso, Egipto y Siria. Cuatro guerras hubo entre Lágidas y Seléucidas, en las que Jerusalén y todo el antiguo territorio de Canaán sufrieron las consecuencias del enfrentamiento entre ambos reinos. El malestar de la población era grande, y aumentó cuando también aumentaron los tributos que exigía Egipto. Esto, como ocurriera siglos atrás hizo pensar a los sacerdotes del templo que era posible desembarazarse del dominio egipcio y obtener mejores condiciones con un acercamiento a Siria. Con motivo de la tercera guerra siria, el sumo sacerdote Onías II se negó a pagar el tributo a Ptolomeo III.
A la muerte de Ptolomeo IV Filopator, en 204 a. C., subió al trono real egipcio un hijo de muy corta edad, Ptolomeo V Epífanes, quien era incapaz de hacer frente a la guerra con Siria. El rey Antíoco III de Siria conquistó Judea en 201 a. C. y en 198 a. C. arrebató a los lágidas de Egipto todas sus posesiones en Asia. Flavio Josefo en sus Antigüedades Judías describe así los primeros momentos de la dominación de los seléucidas:
"...trataron a los judíos con gran deferencia por las pruebas de fidelidad que le dieron en la guerra y por el valor que demostraron".

Durante el período seléucida los judíos emigraron a la capital del reino de Siria, Antioquía, una de las más grandes del Mediterráneo Oriental. Allí entraron en contacto con una sociedad altamente helenizada y con todo tipo de sincretismos sirio-helenos. También en Antioquía, como en Alejandría, el vehículo principal de la mezcla de creencias fueron los cultos mistéricos. Las colonias judías se extendieron por toda Siria, y de ahí muchos se establecieron en Anatolia y la propia Grecia. A mediados de Siglo II a. C. la diáspora judía abarcaba gran parte del Mediterráneo Oriental, Mesopotamia y Media. En las sinagogas se educaba en las creencias monoteístas, y a pesar de la influencia arrolladora de la civilización helénica, el culto exclusivo a YHWH parecía estar más fuerte que nunca. Sin embargo, acontecimientos nuevos harían remover las aguas de Oriente, y el monoteísmo yahvista se vería obligado a enfrentar nuevos retos.