lunes, 10 de julio de 2017

GEOPOLÍTICA DEL SIGLO XX. EL CASO ESPAÑOL.

El 17 de julio de 1.945 se reunieron en Potsdam, cerca de Berlín, Josef Stalin, Winston Churchill y Harry S. Truman. Pocos meses antes Adolf Hitler había sido totalmente derrotado y Japón se rendiría el 14 de agosto, doce días después de concluida esta reunión. En Potsdam los tres vencedores de la guerra llegaron a una serie de acuerdos para repartirse el poder sobre todo el globo; efectivamente, Potsdam fue un repartimiento del poder en todo el planeta.

Churchill, Truman y Stalin en Potsdam.

Aunque intentaron sacar cada uno las mayores ventajas posibles, el fondo del acuerdo fue muy claro; los vencedores necesitaban la paz y era necesario establecer un orden mundial en el que existiesen unos equilibrios y una garantía de seguridad para las tres potencias, Reino Unido, Unión Soviética y Estados Unidos; la labor más urgente era reorganizar los territorios que habían estado bajo el control del III Reich.
A pesar de esto, los acuerdos quedaron superados por los acontecimientos al día siguiente de terminar la Conferencia de Potsdam. En principio porque Reino Unido fue satelizado desde un primer momento alrededor de Estados Unidos; razón por la cual, en definitiva solo quedaron dos grandes potencias; es decir, el mundo acabó dividido en dos bloques, uno liderado por la Unión Soviética y el otro por Estados Unidos. Aunque se reorganizó el territorio europeo, las dos potencias actuaron con absoluta desconfianza desde el primer momento y comenzaron una carrera de armamentos como no se había conocido antes en la Historia. Estados Unidos arrojó dos bombas nucleares a comienzos de Agosto de 1.945 sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, tras lo cual Japón se rindió y finalizó la II Guerra Mundial. En agosto de 1.949 la Unión Soviética detonó su primera bomba nuclear al noreste de Kazajstán.

                                             Bomba de Hiroshima.

A comienzos de la década de los años 50 ambas potencias se amenazaban mutuamente con sus armas nucleares; había comenzado lo que se denominó Guerra Fría. Un enfrentamiento directo entre Estados Unidos y la Unión Soviética hubiese llevado inevitablemente a una guerra nuclear que hubiese devastado todo el planeta; por eso, el equilibrio entre los dos bloques se mantuvo sobre la amenaza de las armas nucleares. Los enfrentamientos, no obstante, fueron frecuentes entre los satélites de ambos; proliferaron pequeñas o grandes guerras en Asia, África y América; las potencias armaban y financiaban a sus respectivos satélites e intentaban socavar el poder del contrario. En Europa se impuso una tensa paz, siempre amenazada, sobre todo en la línea que dividía ambos bloques.

Muro de Berlín en la Puerta de Brandemburgo.

Desde 1.945 los estrategas de ambos bloques desarrollaron planes defensivos en los ámbitos militar, económico y social. En un principio la Unión Soviética parecía tener ventaja debido a su experiencia política. El Partido Comunista de la Unión Soviética había tenido una vocación expansionista desde 1.917 y su aparato de propaganda era mucho más eficaz que el de los Estados Unidos. Además, se daba la circunstancia de que en los países europeos del bloque liderado por Estados Unidos había partidos comunistas estrechamente vinculados con Moscú.

                                   Portada del periódico L´Humanité, órgano de propaganda del PCF.

La propaganda soviética penetraba con facilidad en las clases trabajadoras y esta circunstancia era considerada como un peligro por los estrategas de Estados Unidos. Desde el comienzo parecía evidente que la arruinada economía de Europa Occidental era el medio más favorable para la consolidación de un movimiento revolucionario, sobre todo en Francia y Alemania Occidental. Era necesario reactivar la maltrecha economía europea de manera urgente, y esto se hizo siguiendo un programa de créditos que se denominó Plan Marshall. Estos créditos fueron entregados en forma de ayudas por el gobierno de Estados Unidos a los estados de Europa, ascendiendo a un total de 12.000 millones de dólares. Ninguno de los receptores de estas ayudas se vio obligado a devolverlas, excepto la República Federal Alemana, que sí debió hacerlo. Reino Unido y Francia fueron los que recibieron un mayor volumen de ayudas, y a mediados de la década de lios años 50 ya habían superado las cifras económicas anteriores al comienzo de la guerra. Otros países que recibieron ayudas fueron Países Bajos, Italia, Bélgica, Luxemburgo, Austria, Dinamarca, Irlanda, Noruega, Suecia, Islandia, Suiza, Turquía, Grecia y Portugal.

                             Cartel donde se hace publicidad de la financiación para la reconstrucción de Alemania Occidental.

España no recibió ninguna ayuda porque un sector de la política estadounidense estaba en contra de ello, aunque el gobierno de los Estados Unidos no puso ningún obstáculo en un principio para que este Estado fuese incluido entre los beneficiados por el Plan Marshall. Mas decisiva fue la protesta del gobierno británico ante esta posibilidad. Reino Unido había sufrido mucho durante la Segunda Guerra Mundial y era una de las tres potencias que se habían reunido en Potsdam. Además, Francia también protestó. Este último país no era uno de los vencedores de la guerra, pero sí que era uno de los principales aliados con que Estados Unidos contaba para hacer frente a la expansión soviética.
Durante la Segunda Guerra Mundial Franco se había puesto del lado de Hitler y Mussolini; de hecho estos le habían ayudado a ganar la Guerra Civil de 1.936 con material bélico y apoyo de todo tipo. Nadie tenía dudas de la participación activa de España en la Segunda Guerra Mundial con el envío al frente de la División Azul, y Franco había llegado a acuerdos con Hitler, aunque políticamente estuviese a bastante distancia del führer. En  1.943, tras el desastre del ejército alemán en Rusia, Franco comenzó a distanciarse poco a poco de Hitler y a mantener contactos con los aliados, lo cual no era tan fácil, porque el régimen, hacía poco tiempo establecido, basaba en buena parte su sostén en los falangistas, próximos al nacionalsocialismo; por esta causa, de manera poco perceptible, Franco fue apartando de los puestos de responsabilidad a los falangistas, sustituyéndolos por hombres de confianza de la Iglesia. Dicho de otra forma; cuando Franco percibió que Hitler y Mussolini iban a ser derrotados, decidió pactar con los aliados y establecer unas nuevas bases políticas para su régimen, siendo en este caso la Iglesia el pilar sobre el que apoyar su estructura ideológica, social y política.



Por eso, cuando Estados Unidos decidió finalmente dejar a España fuera del Plan Marshall, la condición que puso para acceder a las ayudas fue la libertad de culto, algo que sabía que Franco no podía hacer, pues era socavar y arruinar las bases del nuevo régimen español.
Esta decisión fue interpretada como una equivocación por un sector de los estrategas estadounidenses, pues ellos eran partidarios de la política real y consideraban que era imprescindible olvidar las cuestiones de carácter ideológico y centrarse en el verdadero problema, que era detener la expansión soviética. Desde este punto de vista, España era un punto estratégico de primera importancia; no solo por su situación geográfica, al Oeste de Europa, sino porque además era el segundo Estado del mundo en el que un partido comunista había alcanzado el poder de facto.
Por supuesto que Reino Unido y Francia no podían aceptar que España se beneficiase del Plan Marshall, porque la opinión pública de estos países no lo hubiera aceptado de buena forma. Estos dos Estados eran los principales aliados de Estados Unidos y de ninguna manera era conveniente provocar conflictos.
El resultado fue que España quedó definitivamente fuera del Plan Marshall y fue sometida a un aislamiento económico y político que tuvo como consecuencia el fin de la tímida recuperación económica que había comenzado a mediados de los años cuarenta. Sometida al duro aislamiento, se produjo una caída de los indicadores económicos y se deslizó por una profunda recesión que duró toda una década.

Cartilla de Racionamiento del año 1.946.

Pero además, ocurría que el régimen del general Franco no encajaba de ninguna forma con el esquema político que Estados Unidos había diseñado para Europa Occidental. La propaganda soviética ofrecía una alternativa política que podía atraer a amplios sectores de la clase obrera y de las incipientes clases medias. Frente a ésto, los estrategas occidentales debían levantar un proyecto político que constituyese a la misma vez un sistema socioeconómico y una ideología capaz de rebatir los argumentos del socialismo. Para construir un edificio político de estas características se echó mano de la socialdemocracia, muy desprestigiada en los años treinta, época de acusados extremismos.
Después de la Primera Guerra Mundial, los socialdemócratas habían participado en los gobiernos de diversos Estados europeos, pero tras la crisis de 1.929 el panorama cambió absolutamente; poco a poco se fueron imponiendo los extremos y se acusó a la socialdemocracia de ser un instrumento al servicio del capital, una especie de paño caliente para evitar que la clase obrera tomase el poder.
Precisamente esta idea encajaba perfectamente con las necesidades de Estados Unidos y sus aliados en Europa; el objetivo era impedir que la propaganda soviética penetrase con eficacia entre quienes podían prestarle oídos. La socialdemocracia no era partidaria de la revolución, sino de las reformas sociales y políticas que llevasen finalmente a un sistema democrático y liberal, pero basado estrictamente en lo que se denomina el Estado del Bienestar. Es decir, a fin de cuentas, lo que defendía la socialdemocracia era un sistema de libre mercado, pero civilizado y amansado por los conceptos de igualdad y garantías sociales.
Este fue el sistema que se estableció en todos los Estados de Europa Occidental, lo cual suponía unas condiciones para las clases trabajadoras como no se habían conocido nunca. Los sindicatos se elevaron como auténticas fuerzas políticas que colaboraban o se oponían a los gobiernos, pero sin que se llegase a extremos no deseados. En cierto modo pasaron a ser entes orgánicos, financiados por el Estado. La asistencia sanitaria pasó a ser gratuita y universal, sin que se impidiese que existiesen otros sistemas sanitarios paralelos de carácter privado. El empeño en este aspecto fue tan grande que los sistemas sanitarios públicos se convirtieron en los mejores de todas las épocas, aumentando la esperanza y la calidad de vida de forma asombrosa; muchas enfermedades fueron erradicadas y otras muchas se encaminaron a su desaparición.
El sistema debía garantizar que todos los trabajadores tuviesen una pensión cuando la edad les impidiese rendir adecuadamente en el trabajo. El sistema de pensiones fue otra de las columnas sobre las que se construyó el sistema socialdemócrata de Europa. Además, se fueron implementando otras muchas ayudas que salían de las arcas públicas, como el seguro de desempleo, pensiones de viudedad o de incapacidad laboral.
En el aspecto educativo, la enseñanza gratuita, organizada y financiada por el Estado, alcanzó altas cimas de calidad y desarrollo durante aquellas décadas de los cincuenta a los ochenta. Al igual que ocurría con la sanidad, se permitía un sistema paralelo de carácter privado.
Sin duda todo esto suponía un enorme gasto para el Estado, de ahí que fuese necesario mantener unos impuestos altos para mantener el sistema. Por ello, los grandes, medianos y pequeños capitalistas debían contener sus ansias de rentabilidad y colaborar más o menos gustosamente para que el sistema se mantuviese, pagando al fisco lo que se les exigiese; la alternativa se dibujaba atroz: las masas, descontentas, abrazarían las ideas que provenían de la URSS, y se revolverían contra todo lo que considerasen culpable de una situación injusta.
Lo cierto es que el sistema tuvo éxito; la propaganda soviética fue combatida eficazmente y aparecieron unas extensas clases medias con una alta calidad de vida y enemigas de cualquier experimento revolucionario. Dicho sistema se mantuvo en excelentes condiciones hasta la desaparición de la URSS en 1.991.

                    Congreso socialdemócrata de Bad Godesberg. República Federal Alemana, 1.959.

Aunque algunos estrategas norteamericanos fuesen partidarios de acabar con el aislamiento del régimen del general Franco, lo cierto es que el sistema político franquista era incompatible con la socialdemocracia, pues no tenía carácter democrático. Sin embargo, a medida que la política de bloques y la Guerra Fría se fueron endureciendo, se llegó a la conclusión de que aliviar dicho aislamiento era lo más inteligente. Por un lado, porque Franco no iba a estar eternamente en el poder y lo que ocurriese después era impredecible; por otro lado, porque el desarrollo económico y social iba haciendo olvidar las calamidades de la  Segunda Guerra Mundial a los ciudadanos británicos y franceses, e incluso a los alemanes; bien es sabido que el ser humano, como grupo, es de corta memoria.
De esta forma, se procedió a un tímido acercamiento al régimen español que comenzó en 1.950, año en el que el ejército de Corea del Norte invadió el territorio de Corea del Sur. Dos meses después del comienzo de la Guerra de Corea, Estados Unidos concedió un crédito de 62,5 millones de dólares a España. Casi simultáneamente, Estados Unidos abogó ante la ONU para que cesase el boicot diplomático al régimen de Franco. En abril de 1.952 comenzaron las negociaciones entre España y Estados Unidos para firmar un acuerdo económico y defensivo.
En noviembre de 1.952 Eisenhower ganó las elecciones y pasó a ocupar la presidencia de los Estados Unidos. Desde un principio fue un convencido partidario de integrar al régimen de Franco entre los aliados del bloque atlantista. De esta forma, en septiembre de 1.953 se firmaron en Madrid unos pactos entre España y Estados Unidos cuyo contenido era el siguiente:

  1. Estados Unidos suministraría armamento a España.
  2. Estados Unidos proporcionaría ayuda económica a España.
  3. Estados Unidos establecería bases militares en España.
Entre 1.953 y 1.963 España recibió una ayuda aproximada de 1.500 millones de dólares; pequeña cantidad si la comparamos con las cifras del Plan Marshall. No obstante, estas ayudas y el progresivo levantamiento del boicot político y comercial fueron suficientes para sacar al régimen de Franco de la situación crítica en que se encontraba a finales de los años cuarenta.
Los intentos del régimen por sobrevivir llevando a cabo una política económica autárquica habían fracasado, y ahora, con el apoyo de Estados Unidos y ciertos sectores de Europa, se podía proceder a una liberalización del sistema. Franco, habiéndose visto solo y rodeado de un ambiente hostil había acudido a granjearse la colaboración de las burguesías vasca y catalana, únicos grupos sociales que estaban en condiciones de mantener la producción industrial en un país aislado y desabastecido. Esta decisión, determinada por la necesidad imperante, tuvo como consecuencia perpetuar las diferencias territoriales dentro del Estado, haciéndose más profundo el surco que separaba a una España agraria y pobre de otra industrial y rica. Estos mismos sectores de las burguesías industriales no veían con buenos ojos que se procediese a una liberalización excesiva del mercado, pues entendían que ello iba en contra de sus privilegios.
El 21 de diciembre de 1.959 Eisenhower visitó España y se entrevistó con Franco. Este hecho es considerado por todos los analistas como el acontecimiento que marcó el fin del aislamiento del régimen del Caudillo. Pero esto es relativo. Es cierto que en Estados Unidos se habían impuesto definitivamente los partidarios de la política real, los que pensaban que lo único importante era el enfrentamiento con la expansión del comunismo. Desde 1.949, con el triunfo de Mao Zedong y la proclamación de la República Popular China, la situación internacional se había agravado, y la Guerra Fría era un hecho incontestable. El mundo entero se había convertido en un complicadísimo tablero en el cual solo se podía estar alineado en uno de los dos bandos, en uno de los dos bloques, el del mundo liberal capitalista y democrático, o en el mundo del socialismo y de la dictadura del proletariado.

                     Eisenhower y Franco en 1.959.

Esta definición de los dos bloques que acabamos de dar es una de otras tantas que se manejan según quien las haga. Por supuesto que los bloques no eran tan homogéneos como se ha pretendido; por ejemplo, China y la URSS desconfiaban mutuamente y acabaron enfrentadas en ciertos escenarios estratégicos; Francia nunca fue una colaboradora sincera con Estados Unidos, y siempre buscó sus intereses particulares, a veces enfrentados con la gran potencia hegemónica.
A menudo se ha exagerado la importancia estratégica de España en este gran tablero de ajedrez; pero, lo que sí es verdad es que dicha importancia fue en aumento desde 1.959 debido a la evolución de los acontecimientos internacionales. La descolonización fue uno de los asuntos de mayor importancia de aquella época. El gran capitalismo era partidario de que los territorios de las colonias se independizasen y se organizasen en nuevos Estados, pues de esta manera, a través de las oligarquías gobernantes era mucho más fácil controlar la economía y las riquezas de aquellas tierras. Además, la independencia suponía la creación de inmensos mercados, integrados por muchos millones de nuevos consumidores, que con cierto nivel adquisitivo, podían adquirir los productos elaborados en Estados Unidos y Europa. Por otra parte, para que estos Estados se desarrollasen era necesaria una enorme inversión en infraestructuras y equipamientos, cuyo coste se pagaría en materias primas. En resumidas cuentas, al gran capitalismo le interesaba más que estos territorios fuesen independientes porque así las perspectivas de ganancia aumentaban.


Claro que todo movimiento estratégico tiene su contrapartida; al soltar las riendas de las antiguas colonias se abrió una brecha para la propaganda soviética y aparecieron numerosas organizaciones armadas revolucionarias en África, Asia y Latinoamérica. De hecho, el tema de la descolonización y los nuevos Estados se convirtió en un enorme quebradero de cabeza para Estados Unidos y sus aliados. El conflicto que hizo más daño a los intereses del bloque occidental fue el de la Guerra de Vietnam, que duró casi 20 años.
Por el contrario, en Europa los logros del sistema de la socialdemocracia paralizaron el planteamiento estratégico de la URSS a finales de los años 50. Una numerosa clase media con una alta calidad de vida comenzaba a dominar el panorama político en Francia, Reino Unido, República Federal Alemana, Italia, Holanda, Bélgica, Dinamarca, Suecia y Noruega; estas clases medias votaban estabilidad, a partidos declaradamente socialdemócratas o a partidos conservadores que asumían la mayor parte del programa de la socialdemocracia.
La estrategia soviética se planteó entonces dirigir sus objetivos hacia otros ámbitos diferentes de la clase obrera, pues el perfil de ésta se había diluido con las reformas sociales de la socialdemocracia. La propaganda y la expansión ideológica se dirigió entonces a los ámbitos educativo, cultural y artístico. Penetrar en las universidades fue uno de los grandes aciertos del aparato de propaganda y agitación de la URSS; en todas ellas se organizaron células de profesores simpatizantes o decididamente activos y grupos de estudiantes que seguían las instrucciones que se daban desde el PCUS. El mundo de la cultura ya estaba abonado desde la década de los años 30; los vínculos de muchos intelectuales con las ideas revolucionarias venían de muy lejos y eran muy consistentes. De especial importancia era tener periodistas a sueldo que hacían interpretaciones o emitían opiniones concordantes con las instrucciones del aparato de propaganda soviético. Con los artistas ocurría un tanto de los mismo, con la particularidad de que los mensajes que propagaban tenían un acceso más directo al subconsciente de las masas. Se trataba finalmente de crear una cultura revolucionaria que se sustentase en un esquema ideológico simple basado en unas cuantas consignas.
A finales de los años 60 esta cultura revolucionaria había arraigado entre la juventud de las clases medias de Europa y, en parte, de Estados Unidos.

  Manifestación en mayo de 1.968 en Francia.

Era evidente que el régimen de Franco ofrecía unas garantías a los estrategas del bloque occidental que pocos podían ofrecer. En un tiempo en el que la Guerra Fría se encontraba en su punto álgido, un régimen que ofrecía control ideológico y político, y resignado a una dependencia total era algo que no se debía subestimar. Así se entendió en Estados Unidos, donde se dio a España el trato mejor posible, con el impedimento de que se trataba de relaciones con una dictadura que años antes había sido partidaria de Adolf Hitler. Pero, ¿qué más daba? También en otras partes del mundo se estaban instaurando otras dictaduras y regímenes autoritarios con los que se mantenían excelentes relaciones.
Con los Estados de Europa las cosas no iban igual; era cierto que el boicot se había relajado mucho, pero los gobernantes europeos tenían más escrúpulos y, además, no podían estar proclamando día y noche los principios de la socialdemocracia y tratar a una dictadura en términos de igualdad.
Lo cierto es que Franco hizo muchos movimientos de acercamiento al sistema de Europa Occidental. En principio, y como hemos dicho anteriormente, alejó a los elementos falangistas de los cargos de mayor responsabilidad; de hecho, la Falange quedó diluida en el Movimiento Nacional, conglomerado político sobre el que se sustentaba el régimen. Desde 1.950 la mayoría de los cargos del gobierno estuvieron en manos de hombres próximos a la Iglesia; es lo que se ha llamado de forma inapropiada nacionalcatolicismo. Y digo esto último porque la Iglesia acabó traicionando a Franco, apoyando a todos los grupos de oposición al régimen que se ponían a tiro, ya fuesen comunistas, liberales o nacionalistas independentistas.
Durante los años 60 el régimen franquista se fue aproximando como pudo al sistema de la socialdemocracia europea, creando su propio Estado del Bienestar con educación y sanidad universales y gratuitas y garantías sociales y económicas para los trabajadores. En lo que no podía aproximarse era en el aspecto político, pues eso significaría derribar el régimen, cosa que ocurrió en 1.978, pocos años después de muerto el dictador.
A finales de los años 60 la política económica y social en España convergía con la de las socialdemocracias europeas y el trato de éstas con el régimen español fue evolucionando hacia la igualdad por ambas partes. Diversos foros internacionales se abrieron para España y la economía mejoró como consecuencia del levantamiento del boicot.
En 1.975 murió Franco y Estados Unidos y sus aliados europeos buscaron una alternativa para hacer una transición pacífica desde el régimen de la dictadura hasta otro democrático y dentro del patrón de las socialdemocracias europeas. Dicha transición fue hecha por el Rey Juan Carlos I y un grupo de políticos que eran conscientes de la situación por la que pasaba el Estado; este proyecto político quedó consolidado con la aprobación de la Constitución de 1.978, vigente hasta la fecha.
El nuevo régimen debía sustentarse, según el modelo europeo, en dos grandes partidos, uno conservador y otro socialdemócrata, y poco a poco debía integrarse en todas las organizaciones políticas y económicas de Occidente en general y Europa en particular.
Durante los años 80 el régimen democrático español, apadrinado por los demás Estados europeos alcanzó altas cotas de estabilidad y mantuvo el desarrollo de las décadas anteriores. Pero, como nada permanece, sino que todo cambia, a finales de los años 80 la Unión Soviética dio síntomas de extrema debilidad y decadencia, provocadas por la corrupción institucional y la ineficacia generalizada. En 1.991 el Estado soviético se derrumbó y terminó oficialmente la Guerra Fría por desaparición de uno de sus beligerantes. Este hecho tuvo unas consecuencias trascendentales en Europa, no solo porque todos los Estados del área de influencia de la URSS quedaron a su libre arbitrio; entre ellos la República Democrática Alemana, que ya en 1.989 se emancipó de la moribunda URSS y acabó uniéndose a la República Federal Alemana, sino porque también supuso el fin de la justificación política del sistema de la socialdemocracia; sin enemigo al que enfrentarse ya no eran necesarios los instrumentos que se habían utilizado en la defensa.
Ya en 1.991, al finalizar la Primera Guerra del Golfo, el presidente de los Estados Unidos George H. W. Bush proclamó el establecimiento de un Nuevo Orden Mundial, anticipando que los cambios que se avecinaban afectarían a la humanidad en los aspectos político, social y económico.
 Aquella década de los años 90 fue la de la hegemonía absoluta de los Estados Unidos y, aparentemente, una época de paz. Pero de manera silenciosa se iban preparando los reajustes que llevarían al mundo a una nueva etapa de la Historia. En Europa se procedió a dar los primeros pasos hacia un Estado federal al firmarse el Tratado de Maastricht en 1.993. España fue uno de los Estados firmantes; tan solo dos años después de la desaparición de la Unión Soviética se pisaba el acelerador de la unidad política del continente europeo. Este movimiento de los políticos de Europa fue visto desde Estados Unidos como una toma de posiciones que no encajaba enteramente con los intereses norteamericanos, pero entendieron que se trataba de un gesto de supervivencia de la burocracia europea tras la desaparición de la URSS; más tarde en Washington quedarían sorprendidos cuando descubrieron que este nuevo ente político, este gigante de muchas cabezas, iba a ser acaudillado por Alemania, resucitada finalmente tras el desastre de 1.945.
Aparentemente, hemos dicho, aquella fue una época de paz, solo alterada por el ambiente cada vez más conflictivo de Próximo Oriente. Lo que nadie esperaba es que el 11 de Septiembre de 2.001 se produjesen los atentados del World Trade Center en Nueva York. Quedaba inaugurado el Siglo XXI.




lunes, 6 de febrero de 2017

EL EFECTO IRVING.

Hay pensadores, escritores o artistas en general que han ejercido una gran influencia en la humanidad de manera muy evidente. Pongamos como ejemplo a Rousseau, que marcó el comienzo de una nueva época en los aspectos social y político. Otros, sin embargo, han ejercido influencia de forma menos clara, o al menos la sociedad no ha tenido consciencia de dicha impronta. Uno de estos últimos fue Washington Irving, escritor y diplomático norteamericano, nacido en 1.783 y muerto en 1.859.

                                        Washington Irving.

Irving era un neoyorkino perteneciente a una familia de la burguesía comercial que nació el mismo año en que acabó la Guerra de la Independencia, gracias a la cual las colonias de Norteamérica se emanciparon de la corona británica. Era el año de 1.783 y en Nueva York todos admiraban a George Washington, héroe de la guerra; por esa causa, sus padres decidieron poner el nombre de Washington al recién nacido. Irving vino al mundo en el mes de abril, y la guerra acabó en septiembre, de manera que sus primeros años los vivió en un ambiente de euforia política por la victoria y la independencia obtenidas. Cuando tenía ocho años se aprobó la Carta de Derechos de los Estados Unidos, por lo que es fácil imaginar que tuvo una adolescencia en la que las ideas ilustradas y liberales dominaban en el ámbito político y social de Nueva York.

George Washington pasando revista a sus tropas.

Sin embargo, el joven Irving prestaba más atención a los libros de aventuras y a las leyendas y cuentos exóticos; devoraba los libros, según decían. Sus padres, como buenos burgueses, orientaron al muchacho hacia el negocio, proporcionándole una formación adecuada; es decir, lo pusieron a estudiar derecho, carrera muy útil para aquellos que desean medrar en el ambiente mercantil y financiero. Irving demostró ser un buen hijo, porque acabó los estudios de derecho, aunque su vocación era la literatura. Trabajó, siendo aún muy joven, en varios bufetes de abogados, y después viajó por Europa, donde se hallaban los intelectuales más importantes de la época y los restos históricos de muchos siglos. Emprendió el viaje en 1.804, el mismo año en que Napoleón se proclamó emperador. Debió quedar sorprendido al comprobar que los revolucionarios republicanos franceses al cabo de unos años habían aceptado a un emperador. Fue entonces cuando se percató de que el idealismo revolucionario se había transformado en un sentimiento romántico, en el que la pasión se imponía a la razón. Napoleón no era un romántico, sino un ambicioso poseedor de una gran energía, pero encarnaba el ideal de lucha incansable contra las arbitrariedades del antiguo régimen nobiliario.

                                     Napoleón Bonaparte.


En cierto modo, Irving se reconoció a sí mismo en estos ideales; ¿acaso no era un apasionado de las lecturas sobre hechos heroicos en tierras lejanas y extrañas? Una de las hazañas de Napoleón había sido conquistar Egipto y atravesar el desierto hasta Siria. Todo ello encajaba perfectamente con la imaginación romántica y con las lecturas favoritas del joven americano. Desde niño había leído con apasionamiento las Mil y una noches y las leyendas orientales eran uno de sus temas favoritos.
Pero había que ganarse la vida, y en 1.806 regresó a Nueva York y fundó una empresa comercial con sus hermanos. Allí, entre contratos y pagarés, pudo polarizar su vida; o el materialista hombre de negocios, o el imaginativo y romántico lector de leyendas.
En aquella época escribió varios artículos y algunas pequeñas obras orientadas al público local; su intención era satisfacer su vocación literaria y darse a conocer entre los lectores de Nueva York. Poco a poco se le iba reconociendo su talento en toda la Costa Este, cuando recibió un golpe del que jamás se recuperaría, la muerte de su prometida, Matilda Hofmann. El romanticismo de Irving quedó desde aquel momento teñido de unos tonos oscuros, que mucho más tarde se reflejarían en su obra literaria.
En 1.814, tras la derrota de Napoleón, Europa estuvo durante un año en paz e Irving aprovechó para trasladarse a Inglaterra para trabajar allí en los negocios de la empresa familiar. Aunque Napoleón regresó del exilio en Elba en 1.815, fue derrotado definitivamente poco después en Waterloo y el continente entró en un período de paz que duraría varias décadas.
Sin embargo, en 1.818 la empresa familiar quebró y Washington Irving decidió permanecer en Europa dedicándose a lo que realmente le gustaba, la literatura. En esta época tuvo la ocasión de conocer a otros escritores europeos, románticos, con los cuales mantuvo una fructífera relación intelectual. En 1.820 escribió The Sketch Boock of Geoffrey Crayon, donde se incluía la Leyenda de Sleepy Hollow, que confirmaría definitivamente su popularidad entre los lectores de Estados Unidos.

                          El jinete sin cabeza.

Irving, en plena madurez, era un hombre amable y muy educado; su carácter le proporcionaba el aprecio de todo el que trataba con él; era, en resumidas cuentas un gentleman. En Estados Unidos había conseguido fama de hombre culto e inteligente, y no había pasado desapercibido en el mundo de la política. En 1.826 el embajador de Estados Unidos en España le pidió que fuese a El Escorial para investigar en los archivos que allí se guardaban sobre el descubrimiento de América. El deseo del embajador era que escribiese algo sobre este tema, basándose en lo que encontrase en los documentos.

                             El Escorial.


  Estados Unidos era por aquel tiempo un Estado recién nacido, y todos los Estados necesitan de un mito. Si nos detenemos un momento a meditar sobre este asunto, comprobaremos que todos los Estados poseen un mito fundacional, una historia que explique el nacimiento de este fenómeno político. Esto ocurre porque el Estado necesita una causa que lo justifique. En cualquier caso, el mito fundacional es simplemente un mito; es decir, no tiene por qué ser algo verídico y contrastado; solamente necesita penetrar eficazmente en el imaginario de las masas e instalarse allí como una creencia.
La misión de Irving en El Escorial era colaborar en la fabricación de mitos útiles para Estados Unidos. El embajador no había escogido mal a la persona; Irving había demostrado una formación cultural de muy alto nivel, mantenía relaciones con otros escritores e intelectuales de la época y, lo más importante, amaba profundamente el cuento y la leyenda.
Fue en Madrid donde Irving entró en contacto directo con la sociedad y la cultura españolas. Por supuesto que el personaje central de una mitología fundacional americana era Cristobal Colón. El problema estaba en que se trataba de un personaje algo esquivo y que la documentación que a él se refería estaba diseminada por varios lugares de España. Empeñado en su investigación, Irving viajó a Sevilla para visitar el Archivo de Indias. Entró en Andalucía por Despeñaperros y bajó por el Valle del Guadalquivir hasta llegar a Sevilla.

                          Archivo de Indias, Sevilla.

Antes de llegar a España, Irving ya tenía una imagen de aquel país instalada en su cabeza. Dicha imagen estaba bastante alejada de la realidad y había sido construida sobre ciertas lecturas de ambiente medieval y hechos guerreros de la Reconquista, además de El Quijote. Sin mayor problema había completado esta imagen con sus lecturas juveniles de Las Mil y Una Noches; de tal manera que al llegar a Madrid debió chocarle el áspero ambiente castellano. Esto no desanimó en absoluto a Washington Irving, porque, como veremos, se desentendió de la realidad y abrazó con mucha más fuerza lo que su imaginación deseaba. Al fin, era un romántico y no le interesaba lo rudimentario de la vida, prefería la enorme belleza de la fantasía.
Fruto de aquel trabajo fue la redacción de varias obras sobre Cristobal Colón y otros descubridores. Sumergido en esta labor, se interesó por todos los aspectos de la época de los Reyes Católicos, entre ellos, la guerra con el reino de Granada. El tema le gustó tanto que comenzó a escribir un libro al que tituló Crónica de la Conquista de Granada. Fue tal su entusiasmo por este asunto que llegó a abandonar los trabajos sobre Colón y quedó absorto con la historia del reino de Granada.
Pero, ¿por qué tenía tanto interés para Washington Irving la historia de aquella taifa? Pues bien, todo consistía en que el reino de Granada era una sociedad moribunda; era el resto que había quedado del mundo hispanomusulmán, y que desapareció definitivamente en 1.492. Este gusto por lo que muere o ha muerto para siempre es muy romántico. A los románticos no les gustan los edificios recién construidos, prefieren las ruinas decadentes; no les gustan los seres llenos de energía que ascienden por la escala de la vida, prefieren los que,desgastados, caen sin remedio por la pendiente que lleva a la desaparición; ésta es la causa por la que Washington Irving se sintió irresistiblemente atraído por el reino de Granada.
Era inevitable que Irving visitase Granada; el 8 de marzo de 1.828 llegó por primera vez a la antigua ciudad nazarí y la abandonó el 18 del mismo més; fue, por tanto, una estancia sumamente corta. Regresó a Sevilla para continuar escribiendo su Crónica de la Conquista del Reino de Granada y comenzó a escribir un cuaderno de viajes que más tarde acabaría llamándose Cuentos de la Alhambra.
La primera visita a Granada había sido excesivamente corta y el nuevo libro de viajes que estaba escribiendo exigía que hiciese otra visita a la ciudad. En mayo de 1.829 emprendió un nuevo viaje acompañado del príncipe ruso Dolgoruki. Gracias a estar al servicio del cuerpo diplomático de Estados Unidos en España, consiguió que el gobernador de Granada le permitiese alojarse en la Alhambra. Su intención era permanecer en la ciudad durante muchos meses, pero repentinamente recibió la noticia de su nombramiento como secretario de la legación norteamericana y tuvo que abandonar Granada a finales de julio de 1.829 para no volver nunca más. En total, sumando las dos estancias en la ciudad, Irving pasó en Granada poco más de tres meses; poco tiempo, pero suficiente para recopilar una colección de leyendas populares que incluiría en su cuaderno de viajes que ,como ya hemos dicho, titularía Cuentos de la Alhambra.


La Alhambra.

Cuentos de la Alhambra es un libro poco atento a la realidad con la que Irving se encontró en España. Al escritor romántico solo le interesaba la idea que él había elaborado previamente; después, utiliza sus experiencias e información recogida para adaptarlas adecuadamente al modelo previo.
Lo que no se puede negar es que Irving encontró la Alhambra tal y como él deseaba; es decir, en estado ruinoso. El antiguo alcázar nazarí estaba en el peor momento de toda su historia; no solamente porque la administración española hubiese descuidado su mantenimiento durante un siglo, sino porque los franceses, cuando se retiraron perdiendo la guerra, volaron varias torres y lienzos de muralla. Sobre esto último, Irving se muestra como un bonapartista cuando en Cuentos de la Alhambra dice:
"Durante las últimas guerras habidas en España, mientras Granada se halló en poder de los franceses, la Alhambra estuvo guarnecida con sus tropas, y el general francés habitó provisionalmente en el palacio. Con el ilustrado criterio que siempre ha distinguido a la nación francesa en sus conquistas, se preservó este monumento de elegancia y grandiosidad morisca de la inminente ruina que la amenazaba. Los tejados fueron reparados, los salones y las galerías protegidos de los temporales, los jardines cultivados, las cañerías restauradas, y se hicieron saltar en las fuentes vistosos juegos de aguas. España, por lo tanto, debe estar agradecida a sus invasores por haberle conservado el más bello e interesante de sus históricos monumentos."
Sin embargo, a renglón seguido, dice lo siguiente sin inmutarse:
"A la salida de los franceses volaron éstos algunas torres de la muralla exterior y dejaron las fortificaciones casi en ruinas."
 Este es el único comentario del libro que se aproxima un poco a los asuntos políticos de la época. No hay que olvidar que Washington Irving pertenecía al cuerpo diplomático de Estados Unidos en España y, por tanto, es lógico que no deseara tratar temas que levantasen suspicacias en la corte de Fernando VII.
Aquel año de 1.829 arreciaba la represión contra los liberales en España y continuaba el cierre  de periódicos que había comenzado en 1.823. A nada de esto hace referencia Irving en Cuentos de la Alhambra, que pretende ser, entre otras cosas, un libro de viajes.
El mismo Irving era un liberal, pero influido por el romanticismo, un nacionalista al cabo. Creía en un espíritu diferenciador de los pueblos, en una identidad que hacía que unos y otros estuviesen hechos de una substancia distinta.

                                        Fernando VII.

En cuanto a los españoles, como hemos dicho, tenía una idea previa elaborada gracias a sus lecturas de El Quijote, de algunas crónicas de la Reconquista y, aunque parezca extraño, de Las Mil y Una Noches.
De esta manera, cree ver en algunos personajes con los que se topa en su viaje desde Sevilla a Granada bien a Don Quijote, bien a Sancho Panza. Solo podemos pensar que esto se debe a una mala lectura de la novela de Cervantes, porque no cae en la cuenta de que en realidad ambos personajes representan dos actitudes opuestas del espíritu humano ante la vida.
En cuanto a la Mancha, la compara con los desiertos africanos, cuando se trata de una de las regiones más ricas, agrícolamente hablando, de España. Del Valle del Guadalquivir, con sus trigales, viñas y olivares, no dice apenas nada; o más bien, no le interesa decirlo. Sí que se extiende en las ariscas cumbres y oscuros peñascales de las Cordilleras Béticas, según él plagados de bandidos, y en los pintorescos pueblos de las montañas, donde el que no toca la guitarra, baila castañuelas en mano.
Pero Irving tenía la intención de crear una imagen romántica y todo lo que le viniese bien era aceptado sin complejos; por el contrario, cualquier cosa que no encajase en esta imagen era ignorado. Para él lo sustancial del asunto era el dramatismo de una civilización que desaparecía para dejar solamente vaporosos recuerdos, fantasmas. Todo, el reino de Granada, la Alhambra, el último rey nazarí, Boabdil, es idealizado, elevado hasta un nivel de perfección muy superior, casi absoluto.
La realidad es transformada por Irving con gran habilidad literaria de forma intencionada. Irving es un gran amante y conocedor del mito y la leyenda, y sabe cuáles son los ingredientes con los que elaborar una historia de este tipo. Esa es su intención, crear un mito que se instale en la mente de los que lo escuchan por primera vez. La belleza absoluta del paisaje y los edificios, el carácter casi mágico de los fenómenos naturales, la elegancia de unas gentes y un modo de vida que proporcionan un ambiente de irrealidad, son los elementos que componen el plano de fondo del mito; el patetismo de un pueblo y un reino que han desaparecido es el argumento de este cuento. Porque en realidad el libro debería titularse en singular, Cuento de la Alhambra.
Irving tuvo éxito, el impacto de su libro en el mundo anglosajón fue enorme; al fin consiguió ser el gran escritor que deseaba. Cuentos de la Alhambra, pensado para el público norteamericano, también tuvo una gran aceptación en Gran Bretaña; después sería leído en todo el mundo, pero nunca de la misma manera que en Estados Unidos; allí se convirtió en uno de los libros básicos de cualquier persona culta.



El éxito del libro, por tanto, no es casual, se debe a la habilidad y la inteligencia de Washington Irving; es más, la popularidad del mito fue muy superior a la del propio libro. En Estados Unidos la leyenda nazarí penetró tan profundamente que llegó a establecer categorías del pensamiento. Por supuesto que los norteamericanos comenzaron a imaginar a los españoles y a España como los describe Irving; pero además, estas características las trasplantaron también a todos los hispanoamericanos; por lo cual, todo lo hispano en cierto modo remite al fantástico y exótico libro romántico.
Hubo en España quien se percató de las interioridades de la faena de Washington Irving; de entre todos destaca el poeta granadino (en realidad nacido en Fuente Vaqueros, pequeña localidad agrícola a 25 km de distancia de Granada) Federico García Lorca. Sin duda el mito y la leyenda eran géneros que entusiasmaban a Lorca; el romance era otra de las fuentes en las que bebía el poeta en su búsqueda artística. Pronto se dio cuenta de que el poder de la imagen era el manantial del que brotaban las historias. Las imágenes podían estar cargadas de mayor o menor contenido narrativo; es decir, existen imágenes preñadas de historias. Este es el caso del mito, que al final se resume en unas pocas imágenes que generan historias.

                                        Federico García Lorca.

Lorca sigue tras los pasos de Irving; en él la moribunda Granada nazarí se transforma en un modo de vida, el de los gitanos andaluces, que asiste al derrumbamiento de su mundo, arrinconado por los avances del progreso social y económico. Al igual que Irving, Lorca crea un escenario ficticio, pero ya sin engaños, recreándose en él, y nos presenta a personajes paralelos a los del hundimiento del doliente reino granadino; ¿No es acaso Antoñito el Camborio el último de una dinastía, de una clase de hombres que desaparece con su muerte?
Lorca también alcanzó un gran éxito con su Romancero Gitano, que escribió un siglo después de que Irving escribiese Cuentos de la Alhambra; acabó convirtiéndose en un autor indispensable en la biblioteca de un anglosajón culto y bienpensante. En efecto, los anglosajones captaron rápidamente el hilo que unía al romanticismo de Irving con ese otro nuevo romanticismo de Lorca. El escritor norteamericano había creado un mito de sabor oriental y Lorca había utilizado las mismas herramientas, los mismos materiales para crear una mitología andaluza.
Lo curioso es que Lorca le devolvió la visita a Irving. En el verano de 1.929, acompañando a Fernando de los Ríos, uno de los jefes de la masonería española, viajó a Nueva York. La excusa del viaje era que Fernando de los Ríos había sido invitado por la Universidad de Columbia para dar una conferencia. Sin embargo, hay que tener en cuenta que de los Ríos era un influyente masón que se había iniciado en la logia Alhambra, donde había conocido al padre de García Lorca. El mismo Federico pertenecía a esta logia y había adoptado el nombre de Homero. Fernando de los Ríos se había convertido en el mentor de García Lorca en la masonería mucho tiempo atrás, cuando fue su profesor en la Institución Libre de Enseñanza; de hecho, Lorca comenzó a formarse en esta institución educativa junto a otros jóvenes masones por recomendación de Fernando de los Ríos.

                                   Fernando de los Ríos.

Fueren lo que fueren a hacer los dos a Nueva York, el hecho es que García Lorca aprovechó para escribir un libro de poemas de difícil lectura en buena parte. En dicho libro, no obstante, nos presenta a Nueva York como una ciudad inhumana y desagradable, la antítesis de la ficticia e idealizada Granada de Irving. Bastan los siguientes versos para entender la dureza con la que Lorca arremetió contra la ciudad norteamericana:
"La aurora de Nueva York tiene
cuatro columnas de cieno
y un huracán de negras palomas
que chapotean las aguas podridas."
En pocas palabras, la contestación de Lorca al meloso libro de Irving es un cubetazo de reproches y gestos de repugnancia. De todas formas, el libro, titulado Poeta en Nueva York, es difícil de comprender incluso para los neoyorkinos; valga este ejemplo:
"Con una cuchara de palo
le arrancaba los ojos a los cocodrilos
y golpeaba el trasero de los monos.
Con una cuchara de palo.
Fuego de siempre dormía en los pedernales
y los escarabajos borrachos de anís
olvidaban el musgo de las aldeas."
Aunque parezca un tanto extraño, los norteamericanos encontraron este libro también fascinante, sin darse cuenta de que con respecto a los poemas románticos y exóticos que tanto les agradan es como la noche al día.
La imaginería de una civilización fantástica y azucarada pervivió en el mito de una Andalucía cubierta de velos y saturada de líricos gañanes, y su eco reverberó hasta donde es difícil imaginar. En 1.950. Ray Bradbury, escritor nacido en Illinois, Estados Unidos de América, crea en su libro Crónicas Marcianas, un ambiente donde, de nuevo, y en este caso en Marte, una civilización culta y elevada desaparece, dejando únicamente un sugestivo recuerdo de bellos edificios y poemas inefables. Es como si la imaginación anglosajona no pudiera desprenderse de los lacrimógenos boabdiles.
Sin embargo, es necesario decir que Ray Bradbury es uno de los mejores escritores del Siglo XX, desde mi punto de vista, por supuesto.